Entre los diversos libros y publicaciones que recibo en mi oficina en el Senado, en algunas ocasiones me llegan textos de verdad interesantes. No omito ninguno, pero me centro en aquellos que tienen que ver con el ámbito de las comisiones en que participo: seguridad social, salud y recursos hidráulicos, sin desdeñar lo educativo y lo cultural, que son temas que tanta falta nos hace atender y conocer. Uno de esos libros que llegó a mis manos se titula Una teoría política del agua y otros ensayos, y es autoría del académico de la UNAM, el doctor Jorge Federico Márquez Muñoz, de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.
El asunto del agua nos parece eminentemente técnico, sin embargo desde el siglo pasado con el crecimiento de las ciudades y los centros urbanos el aprovisionamiento acuífero se volvió un asunto político o, como nos dice el autor, una cuestión de poder. Ya después del siglo XX la posesión del agua, es decir, el control del líquido vital del que depende la vida humana, pasó a ser una cuestión de la más estricta índole social, y los gobiernos mundiales —entre ellos el de México— dedicaron buenos dineros para crear infraestructuras sofisticadas que hicieran posible el almacenamiento del recurso y su preservación.
Todos sabemos que el agua, como recurso, tiene grandes enemigos: uno la contaminación, de la que el propio hombre es en gran medida responsable, y la otra, el despilfarro, el mal uso que las poblaciones humanas hacen de ella.
De aquí mi interés por este interesante ensayo, pues nos muestra la faceta humana de lo que es el agua para todos aquellos que la necesitamos: un recurso político, y que como tal, está expuesto a la negociación y a la administración general. Sin olvidar a las marginadas comunidades mexicanas que tan bien retrató el estudioso mexicano Guillermo Bonfil Batalla en su libro México profundo, en el que explica la génesis y causa de muchos conflictos debido a la escasez y al reparto inequitativo del recurso.
Un ejemplo de ese reparto injusto es ilustrativo y nos ubica. Cito: “A mayor escasez de agua mayor riesgo de conflicto. Es dramático el caso de los países que dependen de una sola fuente de abastecimiento y más aún cuando esa fuente es compartida por varias naciones. Así lo vemos en los estados dependientes del Nilo, el Jordán, el Éufrates o el Indo. El aumento de utilización por parte de uno de esos países implica una reducción del agua disponible para los demás”.
Un fenómeno que está modificando nuestra relación humana con la naturaleza, y por lo mismo, con las reservas de agua, es el cambio climático. En la cuestión política del tema, me pareció digno de atención lo siguiente: “Dada la desigualdad en la distribución del agua, el conflicto por obtenerla también se manifiesta como lucha de clases. El 50% de la población mundial no dispone de sistemas de saneamiento básicos y una cuarta parte no tiene acceso al agua potable. Cerca del 80% de todas las enfermedades y un tercio de las muertes en los países en vías de desarrollo son consecuencia del agua contaminada. Destacan la disentería, el cólera, la fiebre tifoidea y la hepatitis; además, las aguas estancadas albergan portadores del dengue y larvas de mosquitos.”
Aparte del tema de salud, qué interesante nos resulta saber que, incluso, el concepto de lucha de clases está emparentado con el uso del agua. Añado que antropólogos culturales y estudiosos del poder sostienen que el Estado, como institución humana, nació en Oriente Medio, donde el agua es escasa para administrarla y que las incipientes poblaciones pudieran hacer buen uso de ella para su sobrevivencia.
La lectura del ensayo del doctor Jorge Márquez me provocó otra inquietud. El cambio climático y sus efectos; me parece que a este fenómeno que afecta al mundo entero, en México no le hemos dado la suficiente importancia, y que al igual que el tema ecológico, también hemos creado una burocracia de especialistas.
No sólo por México, sino especialmente por mi querido Tabasco, que es la región más tropical de México, y que en su territorio es atravesado por el río más caudaloso del país, que junto con el Grijalva, desembocan al Golfo de México y crean un delta de una belleza indescriptible por su riqueza estética y biológica. La explotación petrolera le ha hecho mucho daño al medio ambiente de Tabasco. Todavía el sureste sigue siendo la zona de México que recibe el mayor índice de lluvias del país con el 49.6%, y las reservas de agua de Tabasco sobrepasan el 30% del total. Pero necesitamos que este recurso esté limpio y apto para el consumo.
En Tabasco, hemos padecido por el exceso de agua… pero peligramos en el futuro mediano, si la explotación petrolera y su grupo gobernante no se hacen responsables de su adecuado manejo político. Con certeza, el agua como tal es asunto de alta política.
Senador por Tabasco (PRD)
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